La figura de Abdón Porte y su trágico final impactaron al genial escritor salteño Horacio Quiroga al punto tal que escribiera a dos meses de la muerte del futbolista –al que llama Juan Polti–, un cuento que fuera publicado en la revista argentina Atlántida en mayo de 1918.
Juan Polti, half-back
Horacio Quiroga
«Cuando un muchacho llega, por A o B, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremediablemente. Es un paraÃso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones.
Tal es el caso de Juan Polti, half-back del Nacional de Montevideo. Como entrenamiento en el juego, el muchacho lo tenÃa a conciencia. TenÃa, además, una cabeza muy dura, y ponÃa el cuerpo rÃgido como un taco al saltar; por lo cual jugaba al billar con la pelota, lanzándola de corrida hasta el mismo gol.
Polti tenÃa veinte años, y habÃa pisado la cancha a los quince, en un ignorado club de quinta categorÃa.
Pero alguien de Nacional lo vio cabeceador, comunicándolo enseguida a su gente. Nacional lo contrató y Polti fue feliz.
Al muchacho le sobraba, naturalmente, fuego y este brusco salto en la senda de la gloria lo hizo girar sobre sà mismo como un torbellino. Llegar desde una porterÃa de juzgado a un ministerio, es cosa que, razonablemente, puede marear; pero dormirse forward de un club desconocido y despertar half-back del Nacional, toca en lo delirante.
Pues bien: un dÃa, Polti comenzó a decaer. Nada muy sensible; pero la pelota partÃa demasiado a la derecha o demasiado a la izquierda; o demasiado alto; o tomaba demasiado efecto. Cosas éstas todas que no engañaban a nadie sobre la decadencia del gran half-back. Sólo él se engañaba, y no era tarea amable hacérselo notar.
Corrió un año más, y la comisión se decidió al fin reemplazarlo. Medida dura si las hay, y que un club mastica meses enteros, porque es algo que llega al corazón de un muchacho que durante cuatro años ha sido la gloria de su field.
Cómo lo supo Polti antes de serle comunicado, o cómo lo previó –lo que es más posible–, son las cosas que ignoramos. Pero cierto es que una noche el half-back salió contento de casa de su novia, porque habÃa logrado convencer a todos que debÃa casarse el tres del mes entrante, y no otro dÃa. El 3 cumplÃa años ella, y se acabó.
Asà fueron informados los muchachos esa misma noche en el club, por donde pasó Polti hacia media noche. Estuvo alegre y decidido como siempre. Estuvo un cuarto de hora, y después de confrontar, reloj en mano, la hora del último tranvÃa a la Unión, salió.
Esto es lo que se sabe de esa noche. Pero esa madrugada fue hallado el cuerpo del half-back acostado en la cancha, con el lado izquierdo del saco un poco levantado, y la mano derecha oculta bajo el saco.
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En la mano izquierda apretaba un papel, donde se leÃa:
«Querido Doctor y Presidente:
Le recomiendo a mi vieja y a mi novia. Usted sabe por qué hago esto.
¡Viva el Club Nacional!
Y más abajo esos versos:
Que siempre esté adelante
El club para nosotros anhelo
Yo doy mi sangre por todos mis compañeros,
Ahora y siempre el club gigante.
¡Viva el Club Nacional!»
El entierro del half-back Juan Polti no tuvo, como acompañamiento de consternación, sino dos precedentes en Montevideo. Porque lo que llevaban a pulso por espacio de una legua era el cadáver de una criatura fulminada por la gloria, para resistir la cual es menester haber sufrido mucho tras su conquista.
Nada, menos que la gloria, es gratuito. Y si se la obtiene asÃ, se paga fatalmente con el ridÃculo, o con un revólver sobre el corazón.»